Mensaje para el XXXI Premio Mundial F. Rielo de Poesía Mística
Doy mi felicitación al poeta salvadoreño David Escobar Galindo que se ha hecho acreedor del galardón del XXXI Premio Fernando Rielo de Poesía Mística por su obra Hombre hacia Dios. Felicito también al poeta gaditano Luis Valverde Maldonado por su obra titulada Cleofás, que ha recibido, por parte de los miembros del Jurado, una mención de honor. Asimismo doy mi felicitación a los doce finalistas que representan dignamente a ocho países: Argentina, Colombia, Chile, Ecuador, El Salvador, España, Estados Unidos y Puerto Rico. Lamentamos que el ganador no haya podido estar hoy presente entre nosotros.
Los 271 poetas que se han presentado al Premio de 34 países han sido acogidos, con sumo respeto y admiración, por esta Fundación. A todos ellos, como Presidente de la Fundación Fernando Rielo, doy las gracias por la confianza que han tenido en nosotros y, sobre todo, por el esfuerzo que han hecho en expresar, mediante la destreza y cultura literaria, los más altos valores vivenciales del espíritu.
Estamos asistiendo a la entrega del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística en su 31º aniversario, en este Salón de Actos del Ateneo de Madrid, fundación organizadora de los más importantes eventos culturales, y lugar de pensamiento, arte y poesía.
Si Dios es poesía y el hombre es poesía de Dios, como afirmaba Fernando Rielo, la esencia de la poesía mística es hacer que Dios y su obra se transformen en poesía del hombre. Esto, sin duda, lo puede hacer el ser humano porque es imagen y semejanza de su Creador, como nos revela el Génesis (Gn 1,26) y porque es partícipe, como señala San Pedro, de la naturaleza divina (2Pe 1,4). El escritor francés Mallarmé, refiriéndose al quehacer literario, sostenía que el poeta se transforma en Dios al crear el poema. El poeta chileno Vicente Huidobro remedaba al francés en uno de sus célebres versos: “el poeta es un pequeño Dios”. Si nos atenemos a la etimología y significado originario de la palabra “poesía” poivhsi~ [póiesis], derivada del verbo griego poiei`n [poiéin], que significa “hacer”, “producir”, “crear”, podemos colegir, por analogía, que el hombre, como Dios, crea por medio de la palabra: Dios crea de la nada; el hombre crea, por inspiración divina, de la materia que Dios le proporciona. El poeta se sirve de la palabra para constituir su obra de arte. Pero si no hay inspiración, de nada sirve la palabra; ésta queda vacía, informe, sin expresividad, sin sorpresa alguna. Las palabras cobran vida cuando reciben el soplo del poeta y les pone nombre. De este modo, la poesía hace que las palabras, las metáforas, las imágenes, los versos, los poemas tengan nombre. Puedo afirmar con Fernando Rielo que la poesía mística es prosopopeya del hombre así como el hombre es prosopopeya de Dios.
La vida que expresa la poesía mística es la propia vida del hombre, vida que se fragua en el dolor de la fe, de la espera y del amor sin pausa por un Padre Eterno que, amante del ser humano, quiere que éste libremente le ame en medio de las dificultades y pruebas de la existencia. En este sentido, Cristo es el poeta que mejor encarna, con su vida, el dolor del amor. El verdadero amor duele en el nacer y en el morir, en la vigilia y en el sueño, en el dar y en el recibir, en la abundancia y en la escasez, en la salud y en la enfermedad. El verdadero amor es sufriente porque se enfrenta a la vida para que ésta madure, se desarrolle y no desfallezca. El verdadero amor, en fin, posee innumerables dimensiones con sus aristas que duelen al rozar con el acantilado abrupto de la vida.
La existencia necesita del soplo divino: un soplo que dulcemente duele; un soplo que necesita atención, cuidado, seguimiento; un soplo que inspira al poeta en la cotidianidad de la existencia, en el afán triste o gozoso de cada día, en la adversidad y en la fortuna, en la búsqueda y en el hallazgo. El amor es la esencia de la vida. Quita el amor, y has reducido tu vida a instinto y animalidad, a estímulo y respuesta. Pon el amor, y habrás hecho que tu vida tenga unidad, dirección y sentido. ¿De qué amor estamos hablando? De un amor que se aproxima a lo divino, un amor que nada reduce porque todo lo potencia, que nada excluye porque todo lo incluye, que nada deja para sí porque todo lo entrega y lo comunica todo.
La poesía mística debe expresar la vida auténtica en la auténtica poesía. Y la vida auténtica sólo puede venir de la Vida Absoluta a la que se une, en dolor y en amor, la vida del poeta místico. La antipoesía o poesía antimística es la que expresa la degradación de una vida que carece de salud, de vigor, de instinto espiritual. Cuando el instinto del cuerpo y el instinto del alma anulan o reducen el instinto del espíritu, la vida humana se empobrece, enferma, se colapsa. El instinto del espíritu es la generosidad, la justicia, el honor, la verdad, la bondad, la hermosura. Todas las propiedades del instinto espiritual se sintetizan en el amor, del cual afirma Fernando Rielo es el motor de la historia y de la ciencia, del arte y de la cultura, de la sociedad y de la familia; el amor es, en definitiva, el motor de la vida: el que guía, el que da sentido al instinto del alma y al instinto del cuerpo.
La verdadera poesía mística contribuye a liberar a la naturaleza de su gemido, y al ser humano de su esclavitud. Invito, pues, a todos los presentes a hacer con su pensamiento, con su sentimiento y con su palabra la mejor poesía mística: única que puede fomentar —si el poeta se une con su verbo al Verbo eterno— la paz, la unidad, la creatividad y el íntimo gozo perennes frente a la adversidad de la vida.
He terminado.
Fdo.: P. Jesús Fernández Hernández
Presidente del Premio Mundial F. R. de P.M.