pensamiento

El pensamiento genético de Fernando Rielo es de carácter metafísico, pero no es una metafísica abstracta o separada de la vida, sino el resultado de unidad de vivencia y sistema.

Tal condición unitiva es, quizás, el mejor lugar para contemplar el quehacer del conocimiento científico en unas u otras ramas del saber. La tarea de la ciencia debe, a su juicio, poseer dirección y sentido metafísicos si se quiere dar razón consistente de las hondas preocupaciones del ser humano, de su vida y de su historia.

El sistema rieliano intenta dar respuesta provechosa a los graves interrogantes que deja el fluir de la humana existencia personal y de la sociedad contemporánea, sin excluir el bienestar físico, sicológico y espiritual que debe proporcionar el desarrollo de la ciencia.

El pensamiento genético de Fernando Rielo es de carácter metafísico, pero no es una metafísica abstracta o separada de la vida, sino el resultado de unidad de vivencia y sistema.

Tal condición unitiva es, quizás, el mejor lugar para contemplar el quehacer del conocimiento científico en unas u otras ramas del saber.

La tarea de la ciencia debe, a su juicio, poseer dirección y sentido metafísicos si se quiere dar razón consistente de las hondas preocupaciones del ser humano, de su vida y de su historia.

El sistema rieliano intenta dar respuesta provechosa a los graves interrogantes que deja el fluir de la humana existencia personal y de la sociedad contemporánea, sin excluir el bienestar físico, sicológico y espiritual que debe proporcionar el desarrollo de la ciencia.

Las ciencias humanas no pueden reducirse al dominio tecnológico de la materia, sino que también deben integrar el mundo experiencial del espíritu sicosomatizado.

Su diferencia reside en la distinta metodología que deben utilizar: el área de las ciencias experimentales o ciencias de la naturaleza se servirá del lenguaje de la matemática con su lógica formal, y de la experimentación con su técnica; el área de las o ciencias del espíritu, a su vez, se servirá del lenguaje de la metafísica con su lógica vivencial y la experienciación de todo el espectro de las vivencias desde la unión con un modelo absoluto.

La matemática ha sido el motor de las ciencias de la naturaleza, que han intentado invadir, con su método experimental, el dominio de las ciencias del espíritu: estas no deben separarse, según Rielo, de su propia metodología experiencial en la que viene codificado dicho modelo absoluto, y aquellas no deben salirse de su metodología experimental en la que vienen codificados técnica, número y experimento.

La propuesta metafísica de F. Rielo es conocida como “concepción genética del principio de relación”.

Supone una comprensión de la realidad abierta y relacional, vertida en un sistema de pensamiento coherente, sistemático y completo, expuesto con el rigor de su original metodología.

Desarrolla su metafísica con un nuevo lenguaje vivencial y experiencial, apto para un discurso que abarque, desde este nuevo principio, todas las dimensiones de la realidad desde una visión bien formada, que no incurra en falsas absolutizaciones, reduccionismos y exclusivismos propios de las ideologías.

Se ofrece, de este modo, un modelo seguro, que tiene en cuenta los niveles, ámbitos y dimensiones de la persona humana, y que pretende dar razón de la demostración frente a la dispersión, de la fundamentación frente a la deriva, y de la unificación frente al caos.

Para entender mejor la importancia del esfuerzo emprendido por F. Rielo en la plasmación de su pensamiento, en el contexto de nuestra cultura contemporánea, basta acudir, por ejemplo, a algunas llamadas de atención que reflejan el malestar tanto de numerosos intelectuales, como del propio magisterio eclesiástico.

El diagnóstico es claro: la cultura y la ciencia de nuestro tiempo requieren un modelo metafísico que satisfaga las nobles expectativas del ser humano, y no nos haga incurrir en los distintos errores y peligros de la negación de la metafísica, como pregonan el eclecticismo, el historicismo, el cientificismo, el pragmatismo o el nihilismo, que son deformaciones suficientemente sugeridas por distintos intelectuales contemporáneos y, sobre todo, por documentos pontificios entre los que podemos citar la Fides et ratio de Juan Pablo II.

En efecto, Juan Pablo II habla de la necesidad de «una filosofía de alcance auténticamente metafísico, capaz de transcender los datos empíricos para llegar, en su búsqueda de la verdad, a algo absoluto, último y fundamental»[i]. Y añade el mismo papa:

«Si insisto tanto en el elemento metafísico es porque estoy convencido de que es el camino obligado para superar la situación de crisis que afecta hoy a grandes sectores de la filosofía y para corregir así algunos comportamientos erróneos difundidos en nuestra sociedad»[ii] .

[i] Juan Pablo II, Fides et ratio, n. 83.

[ii] Ibid.

En la etapa filosófica contemporánea, hemos sido testigos del esfuerzo de algunos pensadores por entender la persona de forma relacional, comunitaria y dinámica. Desde una antropología cristiana —y, en general, desde un horizonte filosófico personalista— se habla de la relacionalidad como categoría básica de una ontología de la persona caracterizada por el amor y la comunión en cuanto realidades primordiales.

Pese a todo, Benedicto XVI, recogiendo el reto de Pablo VI cuando señalaba que

“El mundo se encuentra en un lamentable vacío de ideas”[i], nos lanza a que emprendamos una “profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación”, y —añade— “es un compromiso que no puede llevarse a cabo sólo con las ciencias sociales, dado que requiere la aportación de saberes como la metafísica y la teología, para captar con claridad la dignidad trascendente del hombre”[ii].

 

[i]Carta Enc Populorum progressio, 85.

[ii]Carta Enc Caritas in Veritate, n. 53.

Esta invitación a profundizar en el mundo del pensamiento no se puede desligar de la vivencia y quedarse en un plano meramente especulativo.

En este sentido, el papa Francisco, mencionando la mística, asevera que

«No será posible comprometerse en cosas grandes solo con doctrinas sin una mística que nos anime»[i].

Necesitamos la mística para resolver los graves problemas de nuestro mundo. Poco antes de ser papa, ya advertía que

«Solo la mística simple del mandamiento del amor, constante, humilde y sin pretensiones de vanidad, pero con firmeza en sus convicciones y en su entrega a los demás, podrá salvarnos»[ii]. 

[i] Laudato Si’, 216.

[ii] Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración del Te Deum, el 25 de mayo de 2012 en la catedral de Buenos Aires.

Esta doble vertiente de la reflexión intelectual y de la vida va de la mano en la aportación de F. Rielo, como queda bien patente en sus obras.

Sirva de ejemplo representativo su Concepción mística de la antropología. Y es que el origen de su riguroso pensamiento lo hallamos en una experiencia espiritual que marcó la clave de la orientación de su reflexión, de su vida y de su misión.

Él la describe como experiencia del “ ser+”.

En el sistema genético de F. Rielo pueden contemplarse tres ciencias fundamentales, que se estructuran de modo jerárquico y son el fundamento inmediato de las ciencias experienciales y último de las experimentales:

 

 

A su juicio, se ha intentado acometer la metafísica desde un proceso abstractivo de la mente, resultando abstracto también su objeto. Esta metodología abstractiva o crítica le había privado del status de ciencia, lo cual había afectado gravemente a las ciencias del espíritu, que quedan influidas por el carácter fuertemente abstracto y carente de unidad y de compromiso ontológico.

Ante ello, Rielo propone, en su quehacer metafísico, reemplazar lo que llamará disgenético proceso abstractivo por la genética actividad ontológica de la inteligencia.

Esto es importante porque, con el logro de una auténtica metafísica, está en juego el soporte de todas las demás ciencias.

En primer lugar, de las ciencias del espíritu, que hallan en ella su definición. En segundo lugar, de las ciencias de la naturaleza, que hallan en ella su soporte último.

El quehacer metafísico de F. Rielo pretende que la metodología experiencial de la metafísica, gnoseología y mística con las llamadas ciencias del espíritu logre, como en el caso de la metodología experimental, un auténtico y continuo crecimiento en orden al bienestar físico, sicológico y espiritual del ser humano.

Hay que precisar que el término “genético” es, en el pensamiento de F. Rielo, un concepto abierto que, significando “transmisión hereditaria de valores”, se refiere per communicationem et non per analogiam, no solo al ámbito biológico, sino también, al sicológico, moral, ontológico y metafísico.

Nuestro autor, desde el estudio que hace de la metafísica histórica, salvando los logros de esta, advierte deficiencias y carencias importantes, por ser hija de la abstracción parmenídea con la aplicación del llamado “principio de la identidad”, que convierte el concepto y su discurso en un carente de sentido sintáctico, lógico y metafísico. Es necesario salir de esa visión identitática y autosuficiente de la realidad, que ha impregnado la historia del pensamiento y de la cultura. La ruptura de este seudoprincipio de identidad establece las condiciones de posibilidad de una auténtica
metafísica con su ontología, lejos de incurrir en la estructura reductiva, excluyente y fanática de las ideologías. Por eso, F. Rielo propone formar bien la visión de la realidad que quede potenciada, incluyente y dialogante. Para ello, aporta tres propiedades metódicas indispensables: la elevación a absoluto de la relación, la ruptura del seudoprincipio de identidad y el remonte del campo fenomenológico o experienciación de las vivencias.

Estas propiedades van ayudando el desarrollo de su obra, junto con los instrumentos metódicos (corte analítico, tercio incluso y functor diádico) y una fecunda actitud metódica de llevar el pensamiento a límite, de llegar al verdadero compromiso ontológico, y encontrar la unificación frente al caos experimental y experiencial.

El método, en el que está codificado el modelo absoluto, no es otra cosa que la forma de proceder para obtener la visión bien formada de la realidad.

La metafísica para F. Rielo es la ciencia suprema que tiene por objeto al modelo absoluto, modelo que necesariamente tiene que ser relacional, abierto y comunicativo.

De este modo, podemos hablar de la relación, concebida de un modo nuevo, como principio constitutivo de la realidad entera, que está presente en las tres categorías de la creación (cosas, seres no personales y seres personales) y, de modo especial, en el ser humano, fundamentando su carácter transcendente.

Este modelo es asimismo sujeto absoluto.

Por ello, la metafísica puede denominarse “ciencia de la concepción genética del sujeto absoluto, o también ciencia que estudia el ser +”.

Veamos cómo se expresa nuestro autor:

«Solo hay un modelo absoluto, metafísico, en su actuación ad intra y ad extra.

Su carácter abierto ad intra, siendo también por su misma naturaleza abierto ad extra, establece el carácter genético de una ontología o mística que, formada por la metafísica, tiene por objeto específico la del sujeto absoluto en un finito ser personal que, aunque creado libremente de su nada singular, queda definido intrínsecamente por aquella divina presencia constitutiva que actúa, como principio absoluto ad extra, en el finito ser personal».

Como puede observarse, F. Rielo hace diferencia entre metafísica y ontología.

La metafísica tiene por objeto el ámbito ad intra de la concepción genética del principio de relación; la ontología, el ámbito ad extra de esta concepción genética del principio de relación en la persona creada.

Esta presencia del principio es denominada por nuestro autor “divina presencia constitutiva del modelo absoluto” en el espíritu creado.

Hay que tener en cuenta, de este modo, que lo que es ad intra de la concepción genética del principio de relación es, por su misma naturaleza, divino o metafísico; lo que es ad extra de esta concepción genética del principio de relación en el espíritu humano, supuesta su libre creación, es por gracia místico u ontológico.

Lo que es ad intra por naturaleza lo es ad extra por gracia en el espíritu libremente creado.

El pensamiento rieliano supone la ruptura del seudoprincipio de identidad, y ello implica, en primer lugar, la superación de una forma identitática y abstractiva de concebir el absoluto, el cual no puede ser mero constructo a imagen y semejanza de un “yo en el yo”.

La ruptura de la identidad muestra, metafísicamente, a la inteligencia una concepción genética del principio de relación, constituido, cuando menos, por dos personas divinas.

La razón que arguye Rielo de que ambos términos sean, necesariamente, personas es que la persona es la suprema expresión del ser. No hay nada superior ni inferior a la noción de persona que pueda definir a la persona. Por tanto, las personas divinas, que constituyen el único absoluto, tienen que definirse entre sí, constituyéndose en única definición absoluta.

Dado que los dos términos de la concepción genética del principio de relación son personas divinas que se constituyen en único sujeto absoluto o único Dios, la concepción genética de la metafísica es, según Rielo, teología metafísica], indicando con este término la mutua apertura que se guardan ambas ciencias.

En efecto, el dato racional y el dato revelado se complementan en este sistema rieliano: no existe una razón cerrada que no pueda recibir el dato revelado, ni existe una revelación que no sea capaz de ser recibida por una razón abierta.

Rielo llega a decir que

«El estudio de la metafísica genética parece aportar el convencimiento de que el cristianismo halla en Cristo al metafísico que, no solo redime al ser humano, sino, también, le instruye sobre la constitución ontológica de su ser».

Nos referimos ahora a la definición rieliana de la persona humana.

Para nuestro autor, la persona humana no se puede definir sino desde el modelo absoluto; por tanto, cuando se habla de definición, no se refiere meramente a una “descripción discursiva” sobre el ser humano.

La persona no es definida por un concepto, léase por ejemplo “animal racional”. La racionalidad sería solo una nota o propiedad, pero no la definición constitutiva del ser personal.

La persona solo puede ser definida por otra persona: “La persona es alguien con conciencia de alguien”, dirá Rielo.

 

La persona humana, en su definición, se descubre abierta a un principio absoluto constituido por al menos dos seres personales o personas divinas en inmanente complementariedad intrínseca, pero su apertura no se identifica con la adintreidad del principio.

La razón se debe a que el “yo”, contra toda constatación de la vivencia personal, se habría constituido en el absoluto; por tanto, la persona tiene que estar definida por la “adextreidad” del principio absoluto; esto es, por la divina presencia constitutiva que, penetrando y vivificando nuestro ser, nos define como personas.

Esta es la primera vivencia esencial que orienta la sed de infinito, la tendencia al absoluto, el deseo de perfección, de verdad, de bien, de justicia…; por ello, Rielo también define a la persona como finito abierto al infinito por el propio infinito.

Esto significa que nuestro espíritu creado es un finito abierto al infinito, que se mueve entre dos límites o vectoriales: a) el límite formal del sicosoma homínido codificado en el cigoto, en el que es infundido el espíritu, libremente creado, asumiendo ontológicamente el sicosoma, resultando por ello la naturaleza humana de un espíritu sicosomatizado; b) el límite trascendental, definido por la divina presencia constitutiva.

Esta divina presencia constitutiva en el espíritu sicosomatizado deja a este en estado de ser, forma de ser, razón de ser y actuar deitáticos a imagen y semejanza del modelo absoluto.

Este estado, forma, razón y actuar deitáticos es denominado por Rielo “gene ontológico” constituyente del ontológico patrimonio genético de la persona humana.

Este patrimonio es mística herencia que hace al ser humano persona capacitada para convivir dialogalmente, y poder actuar y responder a la acción divina.

De este modo, el acto ontológico del espíritu es verdadero acto teantrópico o “acción del modelo absoluto en el ser humano con el ser humano”.

Ese patrimonio consta de una serie de atributos, leyes, virtudes y valores, que se sintetizan en cuatro grupos de estructuras y operadores genéticos a los que asigna, respectivamente, su carácter legislativo, receptivo, atributivo y transfigurativo.

Las estructuras y operadores correspondientes son: las de carácter legislativo, inmanencia, transcendencia y perfectibilidad; las de carácter atributivo, verdad, bondad y hermosura; las de carácter transfigurativo, todas las virtudes cardinales, morales y valores.

Las estructuras y operadores de carácter receptivo son, a su vez, la creencia, la expectativa y el amor (fe, esperanza y caridad), que son el contrapunto del saber, del poder y del amor divinos.

Lo que en el modelo absoluto es divino, en el ser humano es, supuesta su libre creación por Dios de la nada, místico.

A nivel constitutivo o dianoético de la persona humana, las estructuras y operadores genéticos son universales, poseyéndolas ontológicamente como disposicionales el espíritu humano desde el momento de su concepción biológica, gracias a la divina presencia constitutiva del modelo absoluto.

Este patrimonio genético es elevado a nivel santificante o hipernoético por la redención de Cristo, con signo en el bautismo, donde las estructuras y operadores de la creencia, expectativa y amor son las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

 

La divina presencia constitutiva como principio actual y epistémico funda la posibilidad del inteligir, del querer y de la libertad espirituales del ser humano, en tal grado que hace que la inteligencia, voluntad y libertad humanas sean, supuesta la libre creación, mística u ontológica inteligencia, voluntad y libertad de la divina o metafísica inteligencia, voluntad y libertad.

En resumen, el ser humano viene definido, transcendentalmente, por la divina presencia constitutiva del modelo absoluto en el espíritu en virtud de la cual este es persona.

Esta definición mística del hombre promueve un personalismo que es, desde su raíz, trascendental o místico ya que es la divina presencia constitutiva del sujeto absoluto quien define al ser humano y, por ello, puede también explicarse su persona como la de un ser espiritual finito abierto al infinito.

Esta presencia es la que nos hace ser mejores, nos incita a buscar la verdad, nos inclina a apreciar la hermosura, nos lleva a la generosidad en todas las cosas, nos capacita –a diferencia de los vivientes no personales– para hacer ciencia, historia, cultura, sociedad, religión.

La definición mística del ser humano es la que potencia sus niveles, ámbitos y dimensiones, incluyendo los valores y propiedades que la constituyen.

Esta definición permanece siempre abierta a enriquecerse de modo progresivo con las distintas aportaciones potenciales que existen en el hombre.

Su libertad debe estar formada por el amor que la constituye, y no por la degradante actitud de una libertad ideologizada o egotizada.

Por eso, el amor es, para Rielo, el motor de la historia, de la cultura y de la ciencia, iluminando, con la nueva visión modélica y metodológica, las diferentes aplicaciones que F. Rielo hace de la pedagogía, la sicoética, la psicología, la psiquiatría, la estética, la ética, la lingüística, la sociología, la política, la economía y, en general, de otras ciencias experienciales, intentando dar fundamentación última a las experimentales.

Su conocimiento requiere acudir a las obras que ya tiene publicadas y al material que aún se encuentra inédito en vías de publicación.

 

 

 

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