Uno de los aprendizajes más profundos que ha dejado esta edición del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística es el que expresó Luis Casasús, presidente de la FFR, en su mensaje:
la palabra poética tiene poder de transformar, de abrir caminos de sentido y de recrear la realidad de quien la pronuncia y de quien la recibe.
La poesía no es adorno ni evasión; es un modo de tomar en serio la existencia, de nombrar el dolor, la duda, el enigma y la fe —o su ausencia— con un lenguaje que toca donde la teoría no alcanza.
Ese mismo dinamismo se hizo visible durante el Ateneo Poético celebrado tras la proclamación del Premio. Allí, un grupo de jóvenes estudiantes de Psicología de la Universitat Abat Oliba CEU, guiados por la profesora Mar Álvarez Segura, compartió poemas escritos como parte de un proceso formativo que unió arte, búsqueda personal y cuestionamientos espirituales.
El aula se convirtió en taller y el taller en acontecimiento: cien alumnos escribieron cien poemas en torno al desafío de dirigirse a Dios —o a la idea de Dios, o incluso a su ausencia— desde la sinceridad más desnuda.
Para comprender lo que sucedió y cómo ese gesto pedagógico se transformó en un momento creativo de tanta fuerza, conversamos con Mar Álvarez.














“De pronto descubrimos que en clase teníamos cien poetas”
Entrevista con Mar Álvarez Segura
La profesora cuenta que todo comenzó en torno a un tema de su asignatura Doctrina Social de la Iglesia: el poder terapéutico de la belleza.
“La receptividad fue tan grande que me atreví a proponerles algo que no estaba en el programa: escribir una poesía a Dios. Cada uno desde donde estuviera: desde la creencia, la increencia, la duda, el deseo, o incluso la negación.”
Cuando llegaron los textos, la sorpresa fue inmediata.
“Me entregaron cien poemas.
Cien.
Y todos escritos con una sinceridad y una frescura que me dejaron sin palabras. Fue muy difícil escoger solo diez para este Ateneo.”
Pero lo que realmente la conmovió vino después:
“Todos los seleccionados quisieron leer sus poemas en público.
Eso no se improvisa: ahí había un proceso humano profundo.
La poesía se había convertido en un acto terapéutico.
No estaban haciendo ‘ejercicios literarios’: estaban poniéndose ante sí mismos con una honestidad.”
Ocho núcleos breves
Ocho núcleos breves extraídos de los poemas contienen el pulso poético que atravesó la sala:
- “Yo camino sin rezos, sin promesas ni templos,
pero con un respeto callado por quienes te sienten cerca.” - “Mi corazón le responde con duda y miedo,
y a la vez con un sosiego que no comprendo.” - “La fe, para mí, a veces es eso:
un abrazo que sucede en silencio.” - “Pides tan poco, y aun así tardé mucho;
pero regreso, herido, porque en tu abrazo nada me falta.” - “Si eres amor, ¿por qué duele el intento?”
- “No sé si te hablo bien,
pero igual te confío mis palabras.” - “En mis lágrimas de sangre sembré un hermoso jardín.”
- “Dios ama; en cambio, no deja de amar.”
— Mar Álvarez Segura











Los poemas tal como fueron leídos en el Ateneo Poético
1. “Aunque no crea” — Autor anónimo
Aunque no crea, no creo en ti,
ni en los cielos que te guardan,
pero a veces me detengo
y pienso en quienes sí lo hacen.
Te imaginas luz,
voz que consuela,
mano que sostiene
cuando el mundo se rompe.
Yo no te busco
ni espero señales,
pero entiendo la necesidad
de creer en algo más grande.
A veces la fe es el nombre
que le damos al miedo,
otras veces al amor
que no sabemos explicar.
Yo camino sin rezos,
sin promesas ni temblor,
pero con un respeto callado
por quienes te sienten cerca.
Si existes, tal vez sonrías
al leer esto,
porque aunque no crea en ti,
no dejo de admirar
la esperanza que inspiras.
2. “Antes de tener nombre” — Victoria Pereira Maciel
A veces pienso en Dios como un campo abierto,
donde la hierba roza la piel sin pedir nada,
y el sol calienta lo suficiente
para recordar que la vida existe,
y hay personas cogidas de la mano
como quien confía sin pensarlo.
Crecí escuchando su nombre
en las paredes del colegio,
en las procesiones delicadas de mi familia,
pero nadie me empujó por la puerta de la fe.
Yo entro despacio,
como quien prueba el agua con el pie
antes de zambullirse.
Llevo en el pecho dos colgantes,
San Benito y Montserrat.
No porque entienda doctrinas,
sino porque son hilos
que me cosen a mi madre.
Un mapa, un puerto, un olor a casa.
La fe, para mí, a veces es eso,
un abrazo que sucede en silencio.
Sé que no encajo del todo
en las paredes oficiales de la iglesia.
Hay cosas que no sé vestir,
pero sigo abierta.
En la mesa de dentro
todavía hay una silla vacía,
esperando conversación.
Siento a Dios en el mar.
Cuando el agua me envuelve
no hay preguntas ni respuestas,
solo un descanso antiguo
que mi alma reconoce
antes incluso de saberlo.
Quizás Dios sea eso:
no el tamaño de las catedrales,
ni el peso de las certezas,
sino el calor suave de la mano tomada,
el vaivén de la ola que acoge el pecho,
el collar que brilla en la piel,
y el amor que permanece,
incluso cuando no sé nombrarlo.
3. “Amigo mío” — Oriol Soler
Amigo mío, amigo mío, ¿dónde estás?
Estás donde te olvidé,
en ese rincón que ni miré,
cuando te torturaban,
cuando te escupían,
cuando te humillaban.
Perdóname, amigo mío.
Amigo mío, culpa mía,
culpa mía por abandonarte,
culpa mía por fallarte,
culpa mía por mentirte,
culpa mía por mentirte,
culpa mía por mentirte.
Perdóname, amigo mío.
Amigo mío, solo una,
solo una cosa pides.
Pides que te ame,
que vuelva a ti,
que deje la culpa,
que te dé la mano,
como un hijo a su padre.
Pides tan poco,
y aun así tardé mucho,
pero regreso, herido,
porque sé que en tu abrazo
nada me falta,
amigo mío.
4. “Cuestiones sin responder” — Lee Gloria Morellò
Si existes,
dime en qué rincón te escondes,
cuando la pena muerde
y nadie responde.
Hay soles que alumbran
y duelen también,
hay días sin rumbo,
sin por qué ni con quién.
Mi hermana pelea
con sombras sin nombre,
con espejos que juzgan,
con su propia hambre.
Tú callas, inmóvil,
sin gesto, sin fe,
como un dios cansado
que no sabe por qué.
Mi padre está,
pero su alma no llega,
su voz es un eco
que nunca sosiega.
Mi madre murmura
oraciones al mar,
temiendo que un dios
las pueda escuchar.
Si eres amor,
¿por qué duele el intento?
Si eres verdad,
¿por qué tanto tormento?
Dicen que el dolor
a los justos depura,
pero qué injusto el fuego
que tanto apura.
A veces te intuyo
en un árbol que insiste,
en la lluvia que cura
cuando todo es triste.
Otras te niego,
cansada de esperar,
y me hundo en preguntas
que quieren gritar.
Tal vez no eres dios,
sino un eco disperso,
un vacío que habita
en el universo.
Tal vez eres duda,
herida y razón,
la grieta invisible
que late en mi voz.
Y si no existes,
igual te nombro por si acaso,
Dios.
5. “Tu luz es mi luz” — Autor anónimo
Doy gracias al Señor,
mi Dios y creador,
pues Él me hizo grande
para servirle.
Con una extensa mecha
ardiente y firme,
que recubre en cera
su enseñanza y amor.
Así pueda mi tenue luz
un poco iluminar,
así pueda mi poco amor
llegar a los demás.
Gracias, Señor,
porque me consumo,
pues para eso he sido creado:
dar unas manos,
iluminar una habitación.
Mi misión pronto ha empezado,
porque Tu llama me llamó.
Me has dado todo
para algo dar yo,
y mi mecha se encendió.
Estoy donde debo estar,
pues Tú estás.
Amar y vivir
cualidades tuyas en mí,
compartir mi calor,
retirarme con fervor.
Me has enseñado a arder,
a consumirme,
no a gastarme,
pues la diferencia está
en el servir.
En los ojos que pueden
admirar mi luz,
oscilar en el reflejo
de sus pupilas,
bailar alrededor
de su corazón.
Sé que mi luz es la tuya;
extenderla solo puedo
en mi corto ser.
Por mí propagas tu fuego;
no soy yo,
tú en mí.
Mi luz es para ti,
es para ti.
¿Pero qué hacer
de la habitación vacía?
¿Qué hacer si nadie
quiere ver mi luz?
La llama ya no baila
al son de corazones;
quieta y candente,
derrite.
Ellos disfrutan de mi calor,
pero no de mí.
Me desgasto,
pero nadie me ve brillar.
Solo tú me ves,
lo sé,
pero a veces pienso,
a veces quiero,
a veces deseo
y espero
que los demás también
me puedan ver.
6. “Dios, en mi herida floreces” — Andra Aragón
“En mis lágrimas de sangre sembré un hermoso jardín.”
Dios, en mis heridas floreces.
Cuando el llanto fue mi idioma
y el silencio mi refugio,
gritaba al cielo:
Dios, ¿por qué yo?
Mi carne fue machacada,
resentía tu silencio
ante la muerte de mi inocencia,
ante la maldad que se propagaba.
Fui niña
hecha de nieve,
de cicatrices
y lenguas rotas.
Mi alma quedó fragmentada
y entonces sentí tu mirada.
Viste mis heridas,
me abrazaste el espíritu
y echada en tu brazo
me dijiste:
hija mía, sigues viva.
Ese dolor,
que fue castigo,
se transformó
en fuego y cenizas.
Donde antes había
una niña rota,
nació una mujer.
Ser buena no es ser débil.
Me enseñaste
a tener esperanza,
a no rendirme
a la daga
que intentaba hundirse
en mi corazón.
Acompañada de ti
en un camino oscuro,
confié
que mis oraciones
lo alumbrarían.
En mi cruz,
cargada mi vida entera,
me enseñaste
a ser fuerte
para acabar con ella.
En mis lágrimas de sangre
sembré un hermoso jardín.
Creo en tu plan,
aunque sea tan incierto,
y así puedo vivir,
sembrar y amar,
perpetuar la bondad
que mi niña dio,
reflejar esta luz
que me diste
y ser luz
para los demás.
Ya no grito
“¿por qué yo?”,
sino agradezco
que me llamaras
para sanar
las heridas de los demás.
En mi herida floreces,
y este hermoso jardín
acogerá
el dolor mío.
7. “Carta a Dios” — Autor anónimo
“No sé si te hablo bien, pero igual te confío mis palabras.”
Te busco
en los pasillos silenciosos,
en el reflejo de la ventana
cuando estudio,
en los días en que todo pesa
y el ruido de la ciudad
parece no tener fin.
No sé si te hablo bien,
si mis palabras
llegan o se quedan flotando,
pero igual te las confío,
como quien entrega
algo que no sabe nombrar.
Siento que estás
en las cosas pequeñas:
en el gesto amable
de un desconocido,
en la brisa
que entra por la tarde,
en el consuelo
sin motivo.
No tengo templos
ni certezas,
solo pensamientos
que se enredan
y el deseo de creer
que hay algo más
de lo que veo.
Te escribo
desde el cansancio
y desde la ternura también,
porque sigo pensando
que dentro de todo
hay un sentido.
Enséñame
a mirar con calma,
a no rendirme
cuando el mundo corre,
a entender
que la fe
siempre se parece
a la claridad.
Si estás,
quédate cerca;
si no estás,
deja que te imagine.
De algún modo
tu silencio me acompaña
igual que una bruma.
No pido milagros,
solo un poco de luz
en los días grises,
una señal
que no se vea,
pero que se sienta
al respirar.
Y si un día
dejo de buscarte,
recuérdame
en lo cotidiano;
hazme sentir
que creer
también puede ser
una forma de amar.
Porque aunque no te vea,
aunque no te entienda,
algo en mí
sigue diciendo tu nombre
como si fuera mi hogar.
La voz que nos interpela
El Ateneo fue un acto que dejó resonando una pregunta: ¿qué lugar puede tener hoy una palabra que se atreve a decir, a preguntar y a acompañar?





