Edgardo Alarcón Romero
En el poemario Lirios amarillos al amanecer, la belleza del silencio, el poeta expresa su hondo sentir místico desde la conciencia material de ser tierra, barro, campo llamado a germinar. Muchos de los poemas se inician en un marco nocturnal, en el que las sombras se transfiguran por la cercanía amorosa de Dios, que toca íntimamente al alma: “En plenilunio de besos / y en rocío de amor / desciendes en plenitud deseada, esta noche, / en que mis pétalos se resquebrajan por tu ausencia, / y en esencias navegamos hasta la raíz nocturna, / y la savia del placer de estar contigo / ascendió hasta las hojas secas de mi dicha”. El libro brota, como matriz poética, de la imagen parabólica del campo sembrado, del lirio que es vestido por Dios, de las aves que Él cuida: “Nada podrá germinar sin tu presencia, / sin la luz que nace en tu mirada, / sin las aguas que descienden de tu costado herido, / sin el viento que mece a los trigales en las laderas pedregosas, / […] soy tierra enamorada / que ha sentido tus pasos acercándose”.
Daniel Cotta Lobato
Donde más amanece es una obra formada por sonetos, algunas décimas endecasílabas y composiciones no estróficas, que explora la presencia escondida de Dios en la cotidianeidad e indaga en sus claves más íntimas. El poeta sabe descubrir, en medio de la roma realidad, el asombro de lo sobrenatural, y nos proporciona a menudo finales sorpresivos, que nos sumergen en una atmósfera celestial. Cuando el hablante poético se dirige a la ofrenda amorosa de la cruz, brotan versos transfigurados por la emoción, con una actitud de total entrega e identificación con el dolor redentor: “Este dolor por el que aún me aflijo / y que me trae llorando hasta tus plantas / clavado y muerto está en tu crucifijo, / que de la sed de tus heridas santas / fluye una calma que me da cobijo: / Contigo está mi cruz y Tú la aguantas”. Los versos se suceden en un estilo directo, sin ambages, que va combinando hábilmente la expresión coloquial y desenfadada de los versos libres con la sencilla elegancia de los poemas estróficos. Hay siempre una apertura trascendental traspasada por el amor, que vibra aun en la ausencia: “hace tanto, Señor, que no te llamo, / hace tanto que creo que estás muerto, / son tantos años sin pisar tu huerto, / son tantos siglos sin decir te amo”.
María del Milagro Dallacaminá.
El yo lírico que habla en Soy la mujer extranjera se hace prójimo en un texto expansivo, cuyos versos fluyen con el impulso airoso de un torrente. Poesía esencialmente transitiva, en la que cada poema lleva por título un topónimo extraído de distintos puntos cardinales. De este modo, el poemario se constituye en un cuaderno de bitácora universal, en el que el yo poético es todos los hombres y mujeres, todas las historias, como en un abrazo abarcador. Esa experiencia brota de la adhesión a Dios, quien es todo en todos; es una mística de la fraternidad, del amor desinteresado del samaritano. Precisamente en el poema “Samaría”, la poetisa se multiplica en un abanico plural de identidades: “Soy la mujer extranjera / que en la hora del mediodía / […] repasa amores y dolores / junto al pozo. / Soy la mujer incansable / buscando la dracma perdida / y la que mezcla las medidas exactas / de levadura y harina. / Soy la mujer encorvada / de tantas penas / y la que siente cómo la sangre / caliente le corre por las piernas / hace años”. La mirada poética ve a Dios en cada hombre y criatura, en los caminos y encrucijadas de un mundo doliente, y da voz a esa presencia escondida, para identificarse con todo aquello en lo que late un pálpito de vida: “Soy junco junto al río, / erguida. / Soy mariposa / besando las flores. / Soy flor silvestre / pequeña / imperceptible / bella / para el que sabe mirar / y descalzarse”.
Carlos González García
Los poemas de Al latir de un Padrenuestro son paráfrasis de los versículos de la oración jesuánica. De este modo, cada unidad poética nos introduce en la resonancia interior que la plegaria divina produce en el espíritu del poeta. El tono es siempre apasionado, la voz lírica palpita y dibuja un paisaje interior de emocionados perfiles. Hay impetración, deliquio, apelación amorosa, confesión sincera: “Resucítame, / como Hostia derramada en mi creer, / del otoño que, en tu espera, llora y sangra; / y si tiemblo de ternura / en tu latir, / no es la noche / ni es el miedo, / Amado mío: / es el frío de tu ausencia / que me ahoga / cuando vivo en carne viva / sin tu amor”. A pesar de que el poeta discurre a veces en el contexto purificativo de la noche interior, el verso es decidido, la expresión firme, y sincera la apertura al Tú divino: “Que se haga lo que quieras, / si eres Tú / noche oscura, cielo o luz entre mis manos: / solo espero si, en la espera, esperas Tú / cuando rozo la presencia de tus ojos”.
Adela Guerrero Collazos
Los poemas de Alfarero de la luz están enunciados desde una actitud de alegre optimismo, con una voz lírica cuya seguridad brota de saberse sostenida íntimamente por Dios: “Aunque las olas me colmen de lo incierto, / Tú, siempre luz, / viviente / dentro, muy dentro”. Dios invita a la criatura, pronuncia su nombre, entona cantos para ella: “mientras me invitas / mientras me abrazas / escucho tus canciones de alfarero, / notas que recorren mis sentidos / y me llenan de la infinita calma / de llamarme hija”. Nada le parece imposible al alma. Los poemas transmiten un paisaje de nítidos contornos, sin penumbras; hay firmeza a la vez que delicadeza, con una emoción sobria y reveladora. Hasta la eventual ausencia del Amado se traduce en signos de esperanza, pues nada puede arrebatarle al yo lírico la certeza de saberse destinatario del amor divino: “Qué importa el tiempo de tu ausencia / qué importa el lugar donde me encuentro, / sé de tu Amor”.
Jesús Antonio Loya González
Los versos de la íntima oración es un libro que describe una cartografía marina de islas a la intemperie de lunas y cielos desolados. Hay templos en los que se lleva a cabo una liturgia cósmica en la que el poeta aspira a conseguir su redención. Se trata, en suma, de una íntima plegaria que brota de la certeza de un desamparo existencial: “Desde la playa contemplo, / coro de almas: / Su canto es el canto perpetuo de las caracolas, / bocas y ojos abiertos al infinito, / rostros desfigurándose en espiritual suspiro”. Hay en todo el libro un tono apocalíptico y una perspectiva visionaria, a los que se une voz profética que nos transmite, con lacerante clarividencia, la fugacidad de lo humano, la caducidad de la historia, frente a la infinitud de Dios: “Señor: / Desciendo / rumbo a la piedra infinitesimal, / rumbo a la oscura piedra del ángulo, / colosal, temible. / Desciendo y me atraviesa / el ángulo oscuro de la piedra… / Estoy cautivo en la piedra / preciosa del ángulo”.
Jesús Martínez García
Los sonetos de Tu cálido aliento invitan a una actitud de religiosa confianza en lo divino. La obra ofrece, además, composiciones signadas por una pasión amorosa que, con espontaneidad y sencillez, nos conducen a la esencial relación con Dios. El lector se siente convocado por la frescura de las imágenes: “Las cascadas aplauden esponsales, / me recibe un júbilo de flores, / un concierto de pájaros en vuelo. /Saludan con sus dedos los trigales, / del arco iris salen los colores, / ebriedad de campanas hacia el cielo”. El poeta vierte también, con lucidez atribulada, su experiencia del dolor del amor: “Qué duro es vivir enamorado / y no poder tenerte todavía, / el no salir del todo es agonía, / son dolores de parto mi costado”. Pero esa vivencia del Dios ausente no lleva al poeta al desarraigo; sabe cosechar mieses de esperanza en esos momentos de aridez, para concluir siempre con una nota de consuelo: “A pesar de no ver, te sigo amando. / Leyendo con los dedos voy rezando, / tanteando la luz de tus palabras. / Esperaré, Señor, hasta el milagro. / Ya mi fe bartimea te consagro. / Lo primero serás cuando los abras”.
Rosa Catarina Piñeiro Fariña.
En torno a la metáfora central de la eucaristía, las composiciones de Un fulgor cereal , en su mayoría sonetos, recrean la experiencia de la comensalidad. Amar es celebrar la carne que nutre y el vino que embriaga, todo ello en aras de la unión personal: “Tu cuerpo por el mío me diluye; / tu sangre por mi carne me disuelve, / ¿qué imposible simbiosis nos envuelve?, / ¿qué miserable muerte nos rehúye? / Serás exactamente lo que intuye / este amor comensal que nos resuelve”. El misterio prandial se desgrana en versos de poderosa expresividad, que dejan al desnudo un acento muy personal, y una actitud de religiosa entrega, sin titubeos. En otras composiciones no estróficas, la autora articula un lenguaje vigoroso, fraguado a golpes, con un efecto de corrosiva sinceridad: “Demasiado descalza / para dejarme licuar con palabras mendaces, musitadas, / recitadas con la naturalidad que distrae al moribundo / […] Son de barro los pies, recibieron la tundra de este frío, / pero sobre la bota: soy dada a regentarme demasiado descalza. / Sumamente calzada / para que el pan me baste en su fulgor frecuente”.
Robert M. Randolph
En el poemario Broken, el propio yo lírico nos plantea su origen enunciador: contemplando un paisaje en el que la naturaleza es la protagonista principal de cuanto abarca la vista, el poeta reconstruye mediante la escritura su experiencia interior de lo divino, recapitula su historia personal, hecha de soledad y caídas, pero también de un presente de conversión. La voz personal es profunda, sincera, es el tono de quien ha reencontrado el camino, y mira con confianza un mañana renovador. Los poemas adquieren, de este modo, la contextura de breves cuadros expresivos, donde lo sensorial se ve contrapesado por la experiencia interior, en un equilibrio elocuente: “Walking in winter / I’m suddenly lonely. / I would like to walk by the river, the deep pool, / that flows from Your hand” (Caminando en el invierno / Estoy súbitamente solo. / Quisiera pasear por el río, el profundo estanque, / que de tu mano fluye”. Hay en estos poemas una desnudez conmovedora, a la vez que una contenida emoción, que rompe (el libro se titula “Roto”) toda retórica artificialidad, y nos deja siempre un toque delicado de trascendencia.
Porfirio Salazar
Decimario divino despliega, en primorosas décimas, un paisaje de acongojada conciencia. El poeta recorre un viacrucis de dolor sin caer, sin embargo, en la desesperación o el desasosiego. La canción es para el yo lírico el viático poético; y la fe, su coraza espiritual. El alma aspira a vivir la purificación que la eleve sobre las cosas de este mundo: “mi duda fue tu misterio, / y esa duda, en cautiverio, / me hizo volar otra vez. / Soy el ave que tal vez / se hace pura en tu cauterio”. Las décimas son jalones oracionales, en los que resuenan ecos de la poesía mística clásica e imágenes de raíz evangélica, recreados con trabajada naturalidad, todo ello con el ritmo jubiloso que la canción va escanciando: “Tú me buscas y me encuentro, / y si me escapo sonrío, / y si me encuentras: un río / me barniza desde adentro. / En tu nombre me concentro, / mi Dios de cielo y verdad, / me complazco en tu amistad / y en el trigal no vacilo, / ni la noche, con su filo, / me niega tu claridad”.