La poesía, cuando es verdadera, no se limita a nombrar el mundo: lo transforma. Y el lenguaje, lejos de agotarse en su estructura y su significado, alberga una fuerza capaz de tocar y de transfigurar al lector.
Con estas claves —que sitúan la palabra poética en el umbral de lo humano y lo divino— se articula el mensaje pronunciado por Luis Casasús Latorre, Presidente del Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística, durante el acto de proclamación de su cuadragésima quinta edición, celebrado en la Universitat Abat Oliba CEU de Barcelona.
En su intervención, Luis Casasús, apoyándose en algunos elementos de la reflexión de Fernando Rielo sobre el lenguaje, ilumina el lugar que puede ocupar hoy la poesía mística: una palabra que no aparece como excepción dentro de la literatura, sino como una de sus funciones esenciales; una forma de expresión que nace del núcleo más significativo de la experiencia humana; un lenguaje que no solo comunica, sino que engendra sentido y convierte lo dicho en realidad viva.
En este horizonte se comprende la afirmación —tan precisa como reveladora— de que en la poesía mística “el poeta habla, y Dios susurra”: porque la palabra humana, al abrirse al Misterio, se torna mediación de una presencia que la excede y la eleva.






La mística como médula del ser
Entre las afirmaciones más significativas del mensaje, destaca la idea de que lo místico no es un fenómeno excepcional ni reservado a experiencias extraordinarias, sino la médula del ser: aquello que constituye el núcleo vivo y originario de la existencia humana. Casasús, siguiendo el pensamiento de Fernando Rielo, recuerda que esta dimensión no es un añadido espiritual ni una categoría marginal dentro de la literatura, sino la corriente profunda que sostiene toda expresión verdaderamente humana. Desde esta perspectiva, la mística se manifiesta en grados —desde el leve temblor que reconoce un destello de lo divino en las realidades cotidianas hasta la unión amorosa con el Absoluto—, pero permanece siempre como dinamismo esencial del ser.
Por ello, incluso la poesía que se declara ajena a lo sagrado participa, en último término, de esta tensión hacia su origen. Concebir la mística como médula del ser significa, por tanto, comprenderla como fundamento y posibilidad de toda palabra que aspire a ser creación, revelación y verdad.
El poder transfigurado del lenguaje
Esta dimensión mística del lenguaje explica por qué la poesía —y en grado eminente la poesía mística— es capaz no solo de describir el mundo, sino de transfigurarlo. La palabra carismática crea realidad: transforma lo que nombra y transforma, a la vez, a quien la recibe.
Frente a la idea de que una expresión se reduce a su forma (lo sintáctico) y a su contenido (lo semántico), Rielo sostiene que toda palabra verdaderamente comunicativa necesita una tercera dimensión: aquella que permite que lo dicho no solo informe, sino que toque, transforme y abra sentido más allá de lo meramente racional o descriptivo.
Es la carismaticidad que constituye la dimensión más profunda y decisiva del lenguaje. La carismaticidad no es un adorno emocional ni un recurso retórico. Tampoco equivale a la inspiración romántica. Es la potencia del lenguaje, aquello que impide que la palabra sea simple sonido articulado —“metal que resuena o címbalo que retiñe”— y la convierte en verbo vivo, capaz de comunicar experiencias significativas.
Toda palabra auténtica está fecundada por un principio sobrenatural, y en esa intersección se sitúa la carismaticidad: un ámbito en el que hablan conjuntamente la voz humana del poeta y el susurro de Dios. Por ello, la carismaticidad es condición imprescindible de la comunicación plena: sin ella, la palabra queda reducida a estructura y contenido; con ella, alumbra, convoca y hace surgir en el lector significados que no estaban antes del gesto poético.
En este marco, la poesía mística no es un género marginal, sino la expresión más consciente de esta dimensión del lenguaje. Su fuerza no procede del exotismo temático, sino de la apertura radical de la palabra al Misterio, que la convierte en mediación luminosa de lo que excede al poeta.
De ahí la afirmación presidencial: en la poesía mística “el poeta habla, y Dios susurra”: en ese doble movimiento se manifiesta la carismaticidad, el punto en que la palabra humana se deja elevar y atravesar por una presencia que la sobrepasa.
La voz que nos interpela
En su mensaje, Luis Casasús no se limita a ofrecer una lectura de los poemarios finalistas: propone una comprensión renovada del lugar que la poesía mística puede ocupar hoy. En un tiempo marcado por la aceleración, la dispersión y la saturación del lenguaje, el poeta místico es quien “habla mientras Dios susurra”, porque en ese susurro —delicado, exigente, inconfundible— se reconoce la raíz del lenguaje humano y la fuente de su poder creador. Al mismo tiempo, es quien nos abre un espacio en el que la sintaxis se torna apertura, el sentido se hace revelación y la palabra adquiere la capacidad de transformar, de alumbrar y de acompañar.
La Fundación Fernando Rielo pone a disposición de los lectores el mensaje de su Presidente, como ocasión para pensar qué lugar puede tener hoy una palabra que sea, a la vez, claridad, diálogo y silencio habitado.
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