14 de diciembre de 2022
José Acosta, Nos guiarán las luciérnagas (Nueva York, EE.UU.). Poemario en el que se vierte la vivencia purificativa de la noche espiritual, con su saldo de intenso nihilismo. Estamos ante una poesía acerada, cuyos frecuentes nocturnos son, no tanto sensoriales, sino interiores. Es la experimentación de lo efímero del tiempo, frente a una eternidad que no termina de manifestarse, sino que es tan solo promesa intuida. Estamos ante una poesía intensamente aflictiva: “Dentro de mí, apenas oculto, hay un hombre llorando”. El poeta se hace tragedia ante el dolor y la muerte: “Lo que eres es un cuenco roto / que en este momento se derrama”. El yo poético se desdobla frecuentemente para adquirir una conciencia a la vez lúcida y terrible de la propia nada: “Y si la vida solo fue una tabla salvadora / aferrada a la cual huimos de lo eterno? / ¿Y si la muerte es el lugar al que realmente / pertenecemos? […] ¿Y si la noche es el camino de regreso, y el sol, la lámpara / con que alguien nos busca?”. Se observa, sin embargo, un halo de esperanza entrando en la experiencia de la muerte ante el propio ataúd: “Todos lloran a mi alrededor / creyendo que yo aún sigo allí. / Siento que este es el camino de regreso. / Que Dios me espera tras las cortinas, / y que la muerte es solo una puerta / para regresar a Casa, a la primera / y la última”.
Edgardo Iván Alarcón Romero, Cristo del amor, tú eres mi refugio (Chile). Poemas celebrativos, que cantan la certeza de la presencia divina y su amor en el ámbito de la creación, en un tono de suavidad y sencillez, liberado de tensiones. Esta alegría trasciende los instantes de dolor y aspereza, en un empuje de optimismo radiante: “Qué hermoso / es sentir la tibieza de las manos / uniéndose en esta noche de amor, / en que el árbol que creíamos secarse / en nuestro corazón, vuelve a florecer, / y amanece”. Los momentos de adversidad o aspereza se resuelven siempre en un tono positivo, en el que la vida es un tiempo de amor, y la estación definitiva es la primavera, plena de luz y floración: “Un perfume / a primavera que volvía a nacer, / hermosa imagen de Dios, / y su amor que ilumina las notas / del arpa, y la alegría compartida / de soñar contigo y vivir en ti”. Los poemas transmiten una serena confianza que se vierte en cauces de contenida y vibrante emoción: “Qué hermosa / es esta calle sin nombre / por la que voy de regreso a casa, / enterneciéndome con el rocío / que besa los pétalos de los lirios”.
Antonio Bocanegra Padilla, Cuadros líricos de la pasión. Vía Crucis (Cádiz, España). Este poemario constituye una meditación poética sobre la pasión y muerte de Jesús dentro del marco narrativo que el Via Crucis le proporciona. Los poemarios, en su mayoría sonetos, romances, coplas, octava real, décimas, recrean con maestría el doloroso tramo final de la vida del Señor, y proporcionan al poeta la ocasión de implicarse piadosamente en él. Hay sinceridad, emoción contenida, sin excesos, destreza teatral en los cuadros, finura y transparencia en la expresión. El yo poético también se proyecta en versos de corte lírico, de modo que el conjunto poemático alcanza una solidez arquitectónica que combina equilibradamente distintos moldes expresivos y tonos poéticos: “Cristo de las tres caídas, / río de amor desbordado, / sagrario caído en tierra / y yo mirando a otro lado. / ¡Cristo de la buena muerte, / camino vas del Calvario, / una cruz te está esperando / para morir solitario!”. El poeta concluye con una oración de esperanza, confesional, pidiendo el perdón por la maldad humana y el aumento de la propia fe: “Te esperamos, Señor, para que laves / tanta crueldad a la que el hombre es dado, / la maldad, que es opima su cosecha. / De nuevo hazte presente, aunque, ¿sabes?, / no quiero ver tu herida, tu costado / pero es débil mi fe y el mal acecha”.
John F. Deane, Night of Taking Flesh (Dublin, Irlanda). Mediante poemas de gran fuerza descriptiva, a la vez que arduamente tallados, el poeta recrea escenas jesuánicas y neotestamentarias en general, recreadas por la vivencia propia, a la luz de las tragedias del mundo contemporáneo con su dolor y marginación. Los planos se entreveran en poemas de enorme tensión expresiva, en los que el poeta busca reavivar el misterio de la encarnación, trasladado a un paisaje a la vez cercano y exótico, en el que lo humano vibra de forma muy intensa. La religiosidad de estos poemas se cifra en alusiones neotestamentarias, en la recreación de los personajes de la Sagrada Familia, transfigurados en hombres y mujeres de hoy. Hay una fusión de tiempos y espacios, dentro de un tono intensamente personal que quiere penetrar en el misterio espiritual que palpita en la realidad entera: “[…] That we May honour / the faithful ones, the Mother Miriam, / the Father Yosef, and hold to the word, / the spirit-word hovering, the Mystery, tongues / of fire and the earth replies. Unspoken”. Su mirada se va volviendo más comprensiva y compasiva y va emergiendo su deseo de oración y súplica hasta caer de rodillas y exclamar: “Night of taking flesh, our loss, and, I prayed, his gain. / I knelt, overwhelmed again by the sense of wholeness. / Amen, I prayed, Oh Christ my Christ, Amen”.
Antonio Díaz Tortajada, Un mar sin orillas (Valencia, España). En poemas de corte confesional, el yo lírico va escanciando su amor. Son piezas dialogales, que fluyen sin estridencias. En ellas, el poeta se ve a sí mismo indigente, necesitado de lo más esencial a la vida, que es el amor, la presencia del Amado. Hay una alegría de fondo en estos poemas, que nace de la certeza de tener a Dios cercano: “Dios es música afable de vivos pentagramas, fragante melodía que invade los sentidos, / y nos llama a su lado con llama acariciante / y una inmensa ternura que se adentra en el alma”. El camino escogido por el yo lírico es el de la contemplación de lo sencillo y cotidiano, en el que la naturaleza es a la vez medio expresivo y síntoma: “pero quiero encontrarte en las cosas sencillas, / en las cosas humildes que bendicen tu nombre / […] Tu presencia es un río de caudal transparente, / que penetra en mi ser con divinos arpegios / del concierto infinito que invade mis sentidos / porque lleva en sus notas el lenguaje más puro / de las flores y frutos de un vergel prodigioso” . A Dios se le aclama en este libro, sobre todo, como fuente de amor inagotable, a la que todos pueden acercarse a beber y satisfacer las ansias más hondas: “Eres el manantial que no se agota, / la constancia del agua transparente / en germinal concierto, el agua viva”.
María Nieves Díez Taboada, Al fondo de este lago (Madrid, España). Este libro se divide en dos partes. La primera, “Sonetos espirituales”, está compuesta de sonetos de bella factura, en los que el yo lírico crea fecundos contrastes y resuelve paradojas para revelarnos la síntesis única del amor divino y la sabiduría que viene de lo alto. La segunda, titulada “Otros poemas espirituales”, se compone de una miscelánea de formas poéticas. No hay titubeos en una misma actitud de adhesión a lo divino, y en los diversos poemas se pone siempre de relieve la experiencia mística de la autora, que, lejos de caer en el virtuosismo formal, acierta en hacer confesión de la propia vida: “Revuelvo la hojarasca que me llena, / por conocer qué norma de tirano / equivoca mi boca y a mi mano, / acalla tu rumor, tu soplo frena. // Y desbrozado al fin el huerto seco, sediento buscará tu arroyo amigo; / vaciada de mí tendrás un hueco // para verter tu gracia en mi costado, / si te encuentro, Señor. Pero ¡qué digo! / si al vaciarme ya te habré encontrado”. Nuestra poetisa experimenta la purificación, y ve que no puede alcanzar la unión como quisiera, pero está segura que Él es el manantial que calma toda sed: “Tú te me escapas siempre, / te vas de mí como niebla / entre los dedos …. / porque ¡es tanta mi sed! / y estoy segura / que eres Tú el manantial / para calmarla.”
Carlos González García, Mi cordero traspasado por amor (Madrid, España). Este libro se estructura principalmente en torno a cinco secciones dedicadas a aspectos de la pasión: “La crucifixión”, “La muerte”, “Los improperios”, “Las siete palabras” y “La desnudez de Jesús”, además de una sexta titulada “La resurrección”. Se compone de sonetos que tienen la particularidad de combinar rimas asonantes y consonantes. Los distintos poemas presentan una confesión íntima que participa de los episodios del sufrimiento redentor de Jesús; su protagonista es el espíritu acongojado del poeta, que se une a la oblación del Señor en poemas que recrean, desde un punto de vista personal, esas horas de dolor. Hay por ello una fusión amorosa a la vez que acongojada: “La penumbra se hace escarcha, hay tanta sed / si el otoño ha desbandado en plenitud / y has vestido cada grieta de mi ser. // Ya no hay frío de silencios, solo Tú: / convertido en Cuerpo y Sangre por caer / del costado derramado de la cruz”. El poeta se une a la muerte de Jesús para ser testigo amoroso de ella: “No estás solo, aquí me tienes, mi Jesús, / escondida tu figura cuidaré / cada pliegue de tu carne con quietud; // y, si abrasan las espinas, velaré / las heridas de tus manos, la virtud / de este Rostro que, sin duda, más amé”.
Adela Guerrero Collazos, Desde el oasis de tu luz (Cali, Colombia). La autora vierte en poemas apasionados y vitales su experiencia mística, que es primordialmente unitiva. Por eso los versos invitan a la exaltación de la vida y de la creación entera: “La vida, inolvidable experiencia, / regalo sin nombre. / Sonora carcajada en el festejo de las horas”. Cada pieza es como un salmo de alabanza y alegría, en el que el hablante lírico se reafirma en su fe, y goza de las primicias de un amor que es ya posesión: “Comparto mi felicidad / […] Desde allí / desde tu secreta estancia / renazco en Ti, / esencia de mi regocijo / por tiempo indefinido”. La vivencia amorosa del yo poético alcanza una dimensión cósmica, que alcanza a los confines del universo, de modo que toda la creación es garantía de una presencia a la vez misteriosa y pujante: “misterio de la certeza de que eres / en los rincones más oscuros del universo / como los hoyos negros, / mientras borbotean de tu energía inteligente. / Y aquella nueva visión de la vía láctea / que supera la sumatoria / de las miríadas de galaxias, / […] ¿Quién puede decir / que no eres el tallador de tanta maravilla?”. Vida de unión después del encuentro, donde la Luz transforma el alma con el éxtasis: “Era yo nave vacía / hasta la noche aquella / cuando me abrasaste de tu Luz / y me extasiaste”. Es una luz que se aprecia más porque ha tenido la experiencia de su ausencia: Después fuiste Tú/ quien hasta el pozo donde naufragaba/ llegaste/ recogiste mis deslices/ y supe de la infinitud de tu abrazo”.
Francisco Jiménez Carretero, Para que todo sea (Albacete, España). Las secciones en este poemario discurren formando una unidad de tono y actitud. En la primera, el poeta glosa motivos de la poesía mística clásica, dándoles un nuevo fulgor, y vierte en los odres expresivos antiguos el vino nuevo de su vida íntima: “En una noche oscura, / con ansias en amores inflamada / busqué la luz amada / perdurable e infinita en su blancura”. En la sección segunda, nos brinda con sonetos de fina hechura, que transmiten la misma experiencia interior hecha encarnación vital y lucidez consciente sobre el trasfondo del tiempo: “Siete décadas ya de estar en medio, / a veces la alegría, otras el tedio / miden mi anochecer hasta la aurora. // Me siento el devenir de un tiempo breve, / pero mi corazón, Señor, se atreve / a esperar que amanezca a cualquier hora”. La sección tercera adquiere un cierto matiz melancólico y crepuscular, que no cae, sin embargo, en el derrotismo, sino en la ilusionada expectativa de un cielo cada vez más cercano, en el que Dios aguarda: “No sé por qué te empeñas en decir / que el cielo queda lejos / y no puedes tocarlo. / Pasa en silencio el aire y te roza la piel, / como si te habitara siempre / con su azulada transparencia…”. La cuarta sección vuelve al molde formal de los sonetos, para concluir con un poema de verso libre que recapitula el libro, y sintetiza los temas anteriores: “Porque Dios está, ahí, / en la presteza de un abrazo / que explosiona de amor cuando el silencio grita / y en el nacer sencillo de las horas /…/ Mi casa se ha encendido de repente / con la luz que proclama su mirada, / porque Dios es / y está aquí para que todo sea”.
Jesús Antonio Loya González, Cantos de un nuevo ser en Jesucristo (Chichuachua, México). Este libro propone una reflexión poética sobre temas y motivos bíblicos, pasados por la experiencia del hablante lírico. Una voz henchida de fe habla en los poemas, muchos de ellos estróficos. Con frecuencia se detiene en los misterios de la pasión de Jesús, y los glosa con genuina emoción. La Palabra ocupa un lugar central, y nos traslada a la realidad de un Dios que es Verbo, comunicación amorosa y salvífica; el poeta se siente así unido en su palabra a la Palabra por excelencia: “Quiero emerger de ti, de tu Palabra, / comer pan y beber ante tu mesa, / que el corazón en flor en ti se abra / ¡y mi debilidad se haga firmeza…!”. La Palabra es vianda espiritual, consuelo, instrumento redentor: “Pescador, echa las redes / Junto a Cristo desde el arca / ¡pescador echa las redes, / las redes de la palabra…!”. Es un libro oracional y de súplica; en el largo poema “Elegía por mi patria”, por ejemplo, el yo lírico se hace solidario de las turbulencias presentes y los sufrimientos que un pueblo debe arrostrar como plagas modernas que lo atribulan, para terminar con una nota esperanzada: “Cristo vendrá, de gloria coronado, / para colmar de amor y de consuelos, / al hermano que sufre atribulado… // ¡Cimbrando las potencias de los cielos, / hará que el mundo tema, y se asombre, / mirando el firmamento entre desvelos!”.
Jesús Martínez García, Solamente una vez (Zaragoza, España).
El hablante lírico de este conjunto se despoja de artificios y acude a la expresión directa que nace del trato inmediato con Dios. Se tiende hacia una cierta desnudez, y lo que importa es consignar la impresión inmediata; de ahí los coloquialismos, prescindiendo deliberadamente de cualquier retórica. Las frases son breves como pálpitos, y del tono se desprende una urgencia por la íntima cercanía: “Llévame de la mano mi Dios, / soy Eva, soy Adán cuando era niño. Sujétame a ella con clavos / imperdibles”. A veces la brevedad se concreta en poemas que son apenas una frase, un pensamiento que se propone reflejar la intensidad de una vivencia: “Quien ha paladeado /el vino nuevo de Caná, / no se conforma con menos”. Y en contraste con estos poemas palpitantes, el libro va intercalando sonetos de ritmo sosegado, en los que la contemplación se remansa, para gestar así semblanzas de mística coyuntura: “Cuando te ausentas todo queda en vilo. / Sin Ti mi oración es duro empeño. / No me puedo creer que fuera un sueño. / Te llamo, y tu respuesta es el sigilo. // Ya no me dices nada, ya vacilo. / Mi alma abandonada como un leño, // sin pájaros, sin frutos, sin su Dueño. / ¿Será que no me quieres? No es tu estilo”.
Los miembros del Jurado XLII Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística
Luis Casasús Latorre, Tomás Albaladejo Mayordomo, Enrique Baena Peña,
David G. Murray, José María López Sevillano